El abrazo entre fotografía y tecnología ha sido constante desde su invención. Con el paso del tiempo, la industria y las necesidades comerciales han ido dejando atrás formulaciones tecnológicas en pos de una mayor producción y, por supuesto, una mejora en la facilidad de uso de los medios técnicos.
Sin embargo, con el asentamiento de la era digital, muchos amantes de la fotografía han vuelto su mirada hacia fórmulas de creación plástica más espontáneas, menos controladas, para dotar a nuestro universo visual de sensaciones, tal vez, más humanas.
Frente a la precisión, inmediatez y automatismo del mundo digital, el mundo analógico ofrece algo así como el slowfood en la fotografía contemporánea. En estos casos, el resultado no es lo más importante, sino disfrutar del cocinado lento y saborear cada momento del proceso creación fotográfica.
En cualquier caso, la tecnología fotográfica la podemos dividir en dos partes.
Por un lado, tenemos todo lo relacionado con la toma fotográfica, que es el primer paso, y obviamente el que condicionará el resto hasta el resultado final.
Y por otro, el procesado o revelado, que nos aporta las sensaciones visuales y plásticas de aquello que recogemos en nuestras cámaras.
De esta manera, tenemos que lo primero en la tecnología fotográfica es la toma de la imagen, salvando ciertas excepciones, como los fotogramas, dibujos fotogénicos, etc.
Y en comparación con la comida, se puede relacionar la toma fotográfica con la recolección de la materia prima, esto es, con el contenido, con la imagen que vamos a utilizar para cocinar nuestras fotografías.
En muchos casos, con nuestras cámaras, podemos ir al campo o a la ciudad a recoger los frutos, esto es, las escenas naturales que allí nos encontramos. Como los primitivos homo sapiens, salimos a buscar en nuestro entorno todo lo que necesitamos para posteriormente preparar las imágenes en nuestras cocinas.
También, en muchos casos, en vez de recoger, cultivamos nuestras escenas en platós y estudios, por ejemplo para la creación de retratos, bodegones, etc. Por supuesto, estos alimentos cultivados, estas imágenes, también pueden ser de gran calidad.
Ahora bien, una vez que llevamos a nuestra casa las verduras, los cereales, las legumbres, la carne o el pescado, necesitamos procesarlas y cocinarlas para poderlas hacer comestibles, esto es, visibles. Pero también, para que nos sepan mejor, para aportar a nuestras imágenes nuestro propio gusto.
En estos momentos la fotografía digital representa el fastfood de la creación fotográfica. El consumo rápido de imágenes en sí mismo no parece malo, pero no tiene nada que ver con el cariño que cualquier persona pone cuando cocina a fuego lento.
Preparar uno mismo los químicos, ponerlos a la temperatura adecuada, emulsionar con mimo los soportes, esperar a que se aposenten…, y en el momento oportuno, iluminarlos para añadir los caldos apropiados, dejando reposar la imagen creada para observarla con detenimiento, ofrece otro tipo de placeres, de sensaciones.
Poco a poco vamos digiriendo nuestra creación, no hay prisa. Tomamos una copita de vino y observamos con calma todo lo que nos transmite la fotografía.
Hay veces que nos gustan mucho, otras que inmediatamente vemos que le falta un poco de sal.
En cualquier caso, se produce una gran diferencia entre las fotografías que cocinamos nosotros mismos, y aquellas que cedemos a otros para que nos las cocinen.
Muchas veces, llegado el momento, la persona que crea la fotografía la deja en manos de los laboratorios y centros de producción para que preparen el cocinado final de las materias primas que ha recogido.
Existen muchas personas que son capaces de recolectar imágenes de una fuerza excepcional, pero que les cuesta mucho sacarles todo su sabor mediante el procesado y dejan que equipos expertos terminen de cocinar sus imágenes. Me viene a la cabeza Sebastián Salgado.
En cualquier caso, la diferencia entre fotografía digital y analógica a la que intento referirme, va relacionada con las sensaciones que nosotros, como creadores, vivimos. La calidad del resultado no es lo fundamental entre una forma de trabajar y la otra, sino la experiencia vital en relación al proceso creación.
Estas dos facetas en la producción fotográfica conviven desde hace mucho tiempo. El eslogan que Kodak utilizó para comercializar su primera cámara (con carrete para 100 fotografías, ojo al dato) decía: Usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto.
Y esta filosofía ha sido utilizada para el desarrollo de gran parte de la tecnología fotográfica, analógica y digital. Pero desde la perspectiva más plástica y creativa siempre se ha buscado, y añorado, cuando no se podía conseguir, la capacidad de tener acceso uno (una) misma a todo el proceso de creación.
Además, cada proceso, cada tecnología analógica aporta diferentes sensaciones plásticas y estéticas a nuestras fotografías.
Por supuesto, y siguiendo los planteamientos de Ansel Adams en sus libros, que son la base del lenguaje puramente fotográfico, nos encontramos con tres partes para la creación de fotografías. Estas tres partes tecnológicas coinciden tanto en analógico como en digital, pero son más evidentes en la fotografía analógica.
Las tres partes son; la cámara, el negativo y la copia.
Ya hemos comentado el primer punto. La evolución tecnológica de las cámaras sigue su propio camino, que se fundamenta en controlar el momento de la toma fotográfica, en recoger los frutos.
En relación al segundo apartado, gran parte de la tecnología analógica recoge esos frutos para transformarlos en una matriz a la que llamamos negativo.
El negativo, en si mismo, podemos verlo como un punto intermedio con evolución tecnológica propia, que afecta directamente al resultado de la copia. Sobre todo desde el concepto tonal.
Por ejemplo, los negativos utilizados en el siglo XIX para poder hacer copias por contacto y ennegrecimiento directo, necesitaban una gama de contraste muy alta, ya que el contraste en la copia positiva creada con estos procedimientos era mucho más bajo al no incluir el revelado químico durante esta parte final del procesado.
Al ir evolucionando la tecnología hacia los procedimientos de ampliación, gracias al uso de la electricidad y la incorporación del revelado durante el proceso de creación de copias fotográficas, se fue invirtiendo el efecto del contraste en la escala tonal, permitiendo la aparición de negativos con menor contraste y mayor versatilidad y adaptación a las distintas condiciones de luz.
Los papeles de revelado químico, gracias la intensidad de la reacción química que se produce al introducir la copia en el revelador, son capaces de reproducir un mayor contraste y readaptar la baja escala tonal del negativo, produciendo imágenes de gran armonía.
Así tenemos la evolución de los negativos como segunda pata de este trípode que nos permite entender la evolución tecnológica de la fotografía analógica.
Y por último, entendemos el concepto copia como la tercera parte del proceso de creación de fotografías en formato analógico. Esto es, las fórmulas creación de imágenes positivas por medios físico-químicos desarrolladas a lo largo de la historia de al fotografía, cada una con sus propias características plásticas y estéticas.
Tras el asentamiento de la tecnología digital en la sociedad y desde una perspectiva artística que busca de cierta independencia tecnológica, algunos de estos procedimientos han sido estudiados y recuperados bajo el concepto de creación.
Como conclusión, podemos decir que en este avanzado siglo XXI estamos ante la Nouveau Cuisine de la fotografía, reinventando los platos de la abuela para ampliar la gama de sensaciones en el disfrute de la fotografía.