Leopoldo Pomés, Ramón Masats, Joana Biarnés, Colita y Carlos Pérez Siquier.
Son cinco de los más grandes fotógrafos españoles de la historia. Dos mujeres y tres hombres. Abrieron un camino y retrataron una España entre el negro y el rosa en años muy difíciles. El País Semanal les ha reunido junto a sus imágenes favoritas. Esta es la historia de ese encuentro. Joana Biarnés falleció el 19 de diciembre.
La cita es a las once de la mañana en casa de Leopoldo Pomés, una vivienda del barrio barcelonés de Gràcia, situada al lado de la Casa Vicens, primera obra maestra del arquitecto modernista Antoni Gaudí. La de Pomés no es modernista, pero fue el estudio de Modest Urgell, pintor de solitarios y tristes paisajes. Pomés recibe a sus invitados, grandes fotógrafos como él, sentado en un cómodo sillón de la estancia principal de la casa, bajo uno de los cuadros que posee de Urgell, que seguramente se pintó en este mismo lugar. En las paredes también pueden verse obras de Xavier Valls, el padre pintor del ex primer ministro francés Manuel Valls, candidato ahora a las municipales de Barcelona, y fotografías en blanco y negro de las siempre glamurosas mujeres que tanto le ha gustado fotografiar al anfitrión.
Los primeros en llegar son la hoy recién fallecida Joana Biarnés y su marido, Jean Michael, desde Viladecavalls (Barcelona). Luego, Ramón Masats y su esposa, Paloma, desde Madrid; Carlos Pérez Siquier, solo, viene desde Almería. “Si llego a saber que veníais todos, le digo a Teresa que me acompañe”, dice al entrar. La última en llegar, pese a vivir en Barcelona, es Colita, que viene acompañada de su inseparable energía, desparpajo y temperamento. “¡Mira el pachá! ¡Aquí está su alteza!”, le espeta a Pomés mientras se lanza a darle un par de besos. “¿Habías estado aquí?”, le responde Pomés. “Si, un par de veces, pero no me acuerdo de para hacer qué”. Entre estos cinco fotógrafos, renovadores de la fotografía española y creadores de muchas de las imágenes icónicas de las últimas décadas, todo son saludos y ponerse al día, entre café y cruasanes: “La última vez que nos vimos fue en Formentera, hace un par de años”, le comenta Biarnés a Siquier. “Y con Colita fue en Málaga, ¿verdad?”, prosigue. “Lo último que me has mandado está muy bien. Tú aún te diviertes con la fotografía. Yo ya no”, le dice Masats a Siquier, que le responde: “Estás envejeciendo”.
Los cinco suman 423 años, pero también cuatro Premios Nacionales de Fotografía, incluida Colita, que lo rechazó en 2014. “Me considero premiada, porque el reconocimiento vino de mis colegas. Lo que rechacé fue hacerme fotos con aquella banda del Empastre”. “¿Aquí se puede fumar?”, pregunta Masats al dueño de la casa. “Si me das uno, sí”, responde Pomés, que, pese a tenerlo prohibido, acaba fumándose tres, tras asegurar pícaro: “No hay que perder las malas costumbres”.
Chema Conesa aparta mesas y sillones de esta estancia de paredes y suelos blancos, y coloca flases, paraguas, y cortinajes para hacer lo que no ha hecho nadie: reunir a estas leyendas de la reciente fotografía española. Mientras, los cinco aprovechan para hablar de su pasión por la fotografía y revivir los momentos pasados juntos. “Yo desde Almería he estado lejos de ellos, pero muy cerca de la obra de todos, aunque no he podido tener el trato cercano que tanto enriquece”, explica Siquier. A lo que Masats apunta: “Afal fue muy importante para la fotografía española y para todos nosotros. Hicieron una labor estupenda”. “En realidad [José María] Artero y yo supimos ver quiénes eran los caballos ganadores de ese momento, que son los que acabaron triunfando”, prosigue Siquier, que menciona a otros “artesanos de la imagen” ausentes, como Oriol Maspons, Joan Colom, Ricard Terré, Francisco Ontañón, Francesc Català-Roca, Alberto Schommer, Paco Gómez, Gabriel Cualladó y Xavier Miserachs.
En la España gris que les tocó vivir, coinciden en que una de las cosas que les ayudó a trabajar fue la amistad entre todos ellos. También “las revistas extranjeras y exposiciones como The Family of Man, de [Edward] Steichen, en 1955 en el MOMA de Nueva York. El catálogo fue la biblia en la que, de repente, nos inspiramos para hacer ese tipo de fotografías”, explica Colita, mientras asienten los demás.
Unos tiempos difíciles que se antojan más para mujeres fotógrafas: “La verdad verdadera es que en mi vida ser mujer jamás me ha impedido trabajar, quizá porque me he sabido rodear de gente inteligente. Yo no puedo contar ningún drama feminista. Detesto el lamento vaginal”, explica Colita. “Los únicos problemas los tuve en el mundo del deporte, cuando en los campos de fútbol me gritaban: ‘¡Guarra, vete a tu casa!’. Fue horroroso”, corrobora Biarnés. “Pero en el mundo de la cultura no hubo ningún problema”, aseguran las dos.
A estos creadores les une el ser autodidactas: no recibieron formación alguna en fotografía. “La fotografía es una forma de mirar y observar el mundo. Todo depende de la sensibilidad de la persona y de la carga intelectual que llevas. La formación te condiciona y te quita espontaneidad”, sentencia Siquier, a lo que Biarnés añade: “Las fotografías y el periodismo no se enseñan, se aprenden en la calle”.
Todos echan de menos la magia que supone ver aparecer en una hoja de papel la foto que tenían la esperanza de haber hecho
Todos dicen estar tranquilos por el futuro de sus archivos, al contar con “herederos”, como los llama Colita, para que sigan gestionando y ordenando sus fondos: fundaciones como Photographic Social Vision, que custodiará el trabajo de Biarnés, y la familia, como el hijo de Pomés, pese a que asegura que “nunca lo tendré solucionado porque soy un desastre”. “El más suertudo”, según Colita, es Siquier. “Desde 2017 tengo un museo en Almería en el que se exponen algunas de mis fotos y se digitaliza el archivo”, explica este fotógrafo de cabello níveo.
Una de las cosas que todos echan de menos es “la magia que supone ver aparecer en una hoja de papel aquella foto que tenías la esperanza de haber hecho. Cada vez que conseguía una, comenzaba a gritar de tal forma que asustaba a los que tenía cerca”, relata Pomés. “Esa magia se ha perdido con lo digital”, sigue Colita, que apunta lo complicado que era entonces revelar bien: “Mi famoso grano era, en realidad, que me pasaba de rosca con el tiempo del revelado”.
No es extraño que para ella las copias vintage estén “llenas de roñas, con cagadas de paloma y gato. Por eso las tiré a la basura”, dice. Biarnés hizo lo mismo: “Las trituré, hice confeti con ellas, no veía por qué tenía que guardarlas”. Y Masats mandó que las tiraran tras hacer limpieza en el estudio. Suerte que su mujer las guardó en un trastero. “Antes revelábamos de una forma muy precaria, las pruebas no daban todas las gamas de grises, pero los coleccionistas, pensando que son obras únicas, quieren y pagan mucho por las copias vintage”, media Siquier, arrancando un “pues que viva la roña” a Colita. No coinciden en temas como el del retoque. Colita afirma que “lo único que no falsea la realidad es la fotografía del DNI”, mientras que Siquier opina que trabajos como el de Masats “son auténticos porque nunca ha retocado nada”. Pero todos aseguran que no han utilizado nunca el Photoshop, “algo escandaloso porque la realidad deja de existir”.
Cuando Conesa acaba con los preparativos, la lona que cubre la claraboya deja paso a una intensa luz que inunda ese espacio privilegiado y demuestra por qué fue estudio de un pintor y luego de un fotógrafo. “Quiero que os coloquéis todos juntos, unos sentados y otros de pie. Y que os toquéis”, les pide. Y ellos, disciplinadamente, se colocan y sacan sus mejores sonrisas. Todo cambia cuando Conesa les da un palo de selfie. “Si yo no tengo ni móvil”, le dice Siquier. “Nosotros no hacemos fotos con el móvil”, protesta Colita, que no obstante ya lo cogido de tal forma que comienza a hacer fotos sin querer. Tras unos segundos de descontrol, se colocan apretujados mirando el aparato y haciendo caras. Al final, sus comentarios y sus risas dejan claro que les ha encantado la experiencia de estar al otro lado de la cámara y de ser ellos los fotografiados.